Ángela Aguilar bajo ataque: ¿hasta dónde llega el derecho a opinar?
Parece que en estos tiempos, ser una mujer joven, talentosa y exitosa no basta para ser reconocida: también hay que resistir. Resistir los juicios, resistir la envidia, resistir el linchamiento digital disfrazado de “opinión”.
Hoy, Ángela Aguilar se ha convertido en blanco de una ola de críticas despiadadas que poco tienen que ver con su carrera artística y mucho con el morbo de una sociedad que castiga más a las mujeres que a los hombres, especialmente cuando deciden vivir su vida como les da la gana.
¿En qué momento dejamos de ver a Ángela como la artista que ha llevado la música mexicana a escenarios internacionales? ¿Cuándo se volvió más relevante su vida personal que su disciplina, su talento y su trayectoria? Ángela no es una improvisada. Desde muy pequeña ha demostrado que lleva la música en la sangre, que tiene una voz única y una presencia escénica que impone. Su interpretación del folclor mexicano ha conquistado corazones en todo el mundo. Ha representado con orgullo nuestras raíces, y ha defendido su identidad cultural frente a estereotipos y críticas.
Y, sin embargo, basta un rumor, una foto o una decisión personal para que el odio se desate. Las redes sociales se convierten en tribunales sin ley, donde cualquiera puede lanzar una piedra sin conocer el contexto, sin pensar en el daño que causa. Porque sí, hablar mal de alguien, descalificarla, burlarse o difamarla públicamente tiene consecuencias. No solo es violencia moral, también puede configurar delitos como acoso, hostigamiento, difamación o daño a la imagen o peor aún incitación al odio, todos ellos contemplados por la ley.
Lo más grave es que no solo se le ataca por sus decisiones, sino que además ha sido objeto de comparaciones constantes con la expareja de su actual esposo. Como si una mujer tuviera que llenar zapatos ajenos, ajustarse a expectativas de otros o competir por amor. Esa narrativa tan común como tóxica, que nos quiere convencer de que las mujeres valen más o menos según con quién estén, cuánto duren o cómo se comporten. No. Cada mujer es única. Y ninguna merece ser medida en función de otra.
Quienes la critican desde esa postura, olvidan que la vida privada de los demás no es una telenovela donde el público elige a la protagonista. Muchos de los que hoy lanzan juicios lapidarios, viven realidades igual o más complejas, y aun así se sienten con derecho a destruir a alguien desde una pantalla.
Ángela Aguilar tiene derecho a vivir, a amar, a equivocarse y a aprender, como cualquier ser humano. El precio de la fama no debería ser la humillación constante. Y no, no se trata de que no se pueda criticar, sino de saber cómo, desde dónde y con qué intención. Porque no es lo mismo una crítica constructiva que un ataque disfrazado de opinión.
Es momento de cuestionarnos por qué somos tan duros con las mujeres que se atreven a ser libres. ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer la autonomía de una joven que, en lugar de quedarse en la sombra de su apellido, ha construido su propio nombre? ¿Por qué nos cuesta tanto ver su éxito como motivo de orgullo y no de resentimiento?
Ángela Aguilar no merece el odio. Merece respeto. Como artista, como mujer y como persona. Como dijera EL GRAN MAESTRO: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.